Relato FCF; "La misión O3"

Tras varios días de camino llegamos a nuestro punto de destino, la Antártida, justo en el momento en que lo teníamos programado, el 30 de Mayo de 2040. Nuestro viaje tenía una explicación: realizar un nuevo estudio del estado actual de la capa de ozono y del adelgazamiento que había sufrido en los últimos tiempos, conocido popularmente como “agujero”. Hace 35 años este agujero era de 29 millones de km cuadrados y hace 33 años la dimensión alcanzaba los 26,9Km cuadrados. Como veíamos, durante un tiempo había empezado a decrecer; pero al cabo de algunos años, una vez más, en el 2010, comenzó a crecer de nuevo “nuestro” temido agujero.

Para nuestra sorpresa el camino que recorríamos por el continente helado no era todo lo duro que debía de ser; los glaciares ya no se veían desde la distancia, y ya no teníamos que romper los mares para llegar a nuestro centro de investigación que, sin contar un par de glaciares, era el pico más alto que se podía divisar en este paisaje.

En la base nos esperaba un equipo de lo más cualificado para realizar el estudio, y según algunos de ellos, para dar un plazo a la Tierra antes de su inevitable incineración, que como podíamos suponer, se debería al enorme agujero que nos encontraríamos.

Una vez allí, nos recibió la persona que estaba al mando de la expedición científica, el general Phoenix. Tras mostrarnos las diversas dependencias de la base y presentarnos a todos los miembros que componían la expedición, nos tomamos el resto de la noche libre, para descansar del largo viaje.

A la mañana siguiente, el general Phoenix nos mandó llamar para acudir a la primera reunión, encabezada por el Dr. Abel, el prestigioso científico del Centro de Inteligencia Americano, pese a que su fama más extendida se debía a ciertas ideas algo excéntricas que sus colegas dudaban en aceptar, aunque casi siempre lograba demostrar que era una mente brillante que sabía lo que hacía. Los demás asistentes eran Sergei Dragunov, un coronel ruso; el más famoso y reconocido científico asiático, Marshall Law; y la Dra. Aisha y yo, ambos procedentes del Centro Europeo.

Tras descubrir en la primera reunión que el nuevo estudio revelaba un dato devastador, el agujero había aumentado un 30% desde hace 33 años, es decir, unos 8 km cuadrados más, la primera pregunta, como cabría esperar, fue: “¿qué podemos hacer para remediarlo?” Esta era una pregunta a la que se podría dar respuesta desde hacía más de tres décadas; pero que a día de hoy no se buscaba una solución para remediarlo, sino más bien, un milagro.

Después de varias horas de deliberación, apareció un plan para poder salvar a la Tierra de la parrilla que se podría formar con los habitantes que serían víctimas del efecto del agujero. El Dr. Abel dijo haber hallado una solución; pero esperó al momento más adecuado para exponerla, ya que debería hacer cálculos para verificar su credibilidad.

Pasamos varias horas esperando por él, e intentando imaginar qué es lo que se le podría haber ocurrido. Algún tiempo más tarde, se presentó en la sala, y tras una breve introducción, expuso su teoría:

El ozono (O3) es una forma triatómica del oxígeno inestable (tiene tres átomos de oxígeno en lugar de dos). Se forma de manera natural en las capas superiores de la atmósfera de la Tierra a partir de las radiaciones ultravioletas de alta energía del sol. La radiación descompone las moléculas del oxígeno, liberando átomos libres, algunos de los cuales se combinan con otras moléculas de oxígeno para producir ozono.

Ante esta exposición que todos conocíamos, Sergei le preguntó: –“¿Qué es lo que nos quieres decir con esto?”. Casi sin dejarle terminar la pregunta, el excéntrico profesor rápidamente le contestó: -“Diseñar una máquina. Esta máquina tiene que ser capaz de producir la radiación ultravioleta necesaria, para que en la atmósfera terrestre se pueda formar O3 suficiente para evitar que el agujero siga creciendo y lograr así un engrosamiento adecuado de la capa de ozono”.

Miradas perplejas de desconcierto se entrecruzaron entre todos los presentes en la sala… el comentario más sonado fue: “Es cierto, el Dr. Abel está loco”. Antes de recibir cualquier pregunta el doctor explicó por si solo cómo debería ser la nave que llevase la máquina al espacio y su sistema de funcionamiento.

Tras varias horas de debates y discusiones, decidimos hacerle caso, ¿Qué podría pasar si estuviera equivocado el doctor? Pero, ¿y si, como de costumbre, llevase razón? Fue entonces cuando Aisha, diseñó la estructura de la nave que tendría que llevar a la máquina ideada por el Dr. Abel. La dificultad venía a la hora de construir la nave porque el tamaño de dicha nave era mucho mayor que ninguna otra que se hubiera lanzado al espacio, ya que según los cálculos de nuestro doctor, la máquina generadora de rayos ultravioleta debería de estar funcionando con un rendimiento por encima del 75% durante más de un año. Por ello la nave a lanzar, tendría que ser lo suficientemente grande para poder almacenar la máquina ultravioleta y los distintos compartimentos para la estancia en el espacio de varias personas durante un mínimo de un año. En dicha nave se dispondrían paneles solares, los cuales serían de una dimensión de dos por dos metros. Estas placas tenían la función de recoger la luz solar para poder utilizar su energía, y obtener la radiación ultravioleta necesaria, para luego utilizarla para poder crear el ozono.

A las tres semanas pudimos ver virtualmente un prototipo de la nave y de la máquina, a la vez que algunos de los tripulantes de la nave se entrenaban duramente para poder alcanzar su destino. Los seleccionados por el general para la misión serían:

Nathan, que sería el encargado de pilotar la nave, ya que es un piloto de gran experiencia con dos viajes al espacio; un médico, el doctor Israel; un ingeniero encargado de la mecánica de la nave y de “Violeta” (nombre cariñoso empleado por Abel para su máquina) hombre de gran confianza del general, llamado Jason; el copiloto Sergei con experiencia tanto en viajes espaciales como en viajes militares; Gregory que se ocuparía del manteniendo y control de la nave; y por último el informático y programador Marc.

Tras un par de meses conseguimos Abel y yo terminar los dos primeros prototipos de “Violeta”. En el primero de ellos, el mecanismo era sencillo, sin ninguna complicación, para que todo saliera perfecto, tan solo le fallaba que era una máquina muy grande, de gran peso y que no podría superar un rendimiento superior al 75% durante más de 2 meses consecutivos, por lo que la misión se alargaría. La segunda máquina Violeta II, era una versión muy mejorada de la anterior, no solo podría alcanzar sin dificultad el rendimiento esperado, sino que incluso podría llegar a superarlo tras varios meses. Pero a diferencia de la primera versión, su mecanismo era más complejo, no solo necesitaba un mejor conocimiento para su puesta en marcha, sino que también necesitaba que la nave estuviera en constante movimiento ya que su mayor rendimiento se obtendría solo si estuviera en continua exposición al sol. Después de varias discusiones sobre qué versión de Violeta utilizar, se votó por la segunda, más compleja pero más efectiva, así se preparaba el cómo debería de moverse la nave una vez en el espacio para no perder la exposición continua al sol por parte de “Violeta”.

El 26 de Noviembre de ese mismo año, era el día elegido para comenzar la misión, que no empezó de buena manera, ya que al salir de la atmósfera terrestre la nave sufrió un daño en una de sus cámaras, la cual solo se podría reparar desde el exterior. Un serio contratiempo, ya que necesitarían reparar el casco antes de dejar que el sol les diera en la cara dañada, para poder activar a Violeta, y mientras que no se reparase no se podría activar. Mientras Gregory se preparaba para salir al exterior con la ayuda de Sergei, Marc cambiaba la configuración del ordenador principal, para que pudiera estar la cara dañada de la nave oculta al sol, ya que si no, sufrirían daños irreversibles que les impedirían volver a casa.

Tras varias horas, el daño no era lo que parecía a primera vista y pudo ser reparado rápidamente. De vuelta a la nave, Marc volvía a reformar la configuración del ordenador. Una vez orientada la nave como era debido, Gregory preparaba para accionar a Violeta. Por fin había llegado su hora.

Un mes después, Violeta tan solo había conseguido adquirir un 40% de su rendimiento, algo que estaba muy por debajo de lo que se cabía esperar, otro nuevo contratiempo. A los 15 minutos de que Nathan mandara la información del nuevo contratiempo, recibieron respuesta de la base, en la que les especificaban, que había un panel solar que no estaba en perfecto funcionamiento. Había dos formas de repararlo, en la primera habría que modificar la posición de la nave de nuevo, para reparar el panel, una tarea menos arriesgada, pero la menos productiva, ya que se perdería todo el trabajo realizado durante el mes. Con la otra forma de hacerlo, no perderían todo el trabajo realizado, pero era mucho más arriesgado, pues la opción que se valoraba era levantar los paneles solares, de tal forma que siguieran recogiendo la energía solar, pero se produciría una sombra en el camino que hay entre la escotilla y el panel dañado. A esto se le tenía que unir la eficiencia del ordenador, para poder hacer rotar la nave a la velocidad adecuada para que el sol no alcanzase a los “mecánicos” ni a la parte interior de los paneles.

Después de varios minutos discutiendo las posibilidades de cada una de las dos opciones, se optó por la segunda, ya que en la primera se perdería todo el trabajo realizado, y no podrían estar otro mes más de lo esperado, ya que los alimentos no serían suficientes, entre otros motivos.

Con la ayuda del Centro, Marc volvió a cambiar la configuración del ordenador metiéndole las nuevas ecuaciones que debería de resolver el programa informático para impedir que el Sol impactara en las zonas “prohibidas”. La misión era arriesgada, pero Gregory se apresuró a ponerse el traje para salir a intentar arreglar el panel, Sergei le apoyó en la decisión de salir otra vez al exterior.

Rápidamente se acercaron a la placa dañada. Tras varias horas consiguieron hacer que la placa funcionase del modo correcto, pero no se dieron cuenta de que una de las piezas que sacaron al exterior se les había extraviado. Esta pieza llegó a producir una fuga en el conducto de respiración de Sergei, que poco a poco se fue sintiendo cada vez más débil, hasta que a escasos metros de la escotilla de entrada cayó desplomado sobre la nave. Ante esta situación Gregory, intentó ayudarle introduciéndole lo antes posible en la nave, con mucha dificultad hasta que consiguieron entrar. El doctor Israel intentó reanimarle una y otra vez durante varios minutos, sin éxito, pues ya era demasiado tarde, había pasado demasiado tiempo sin tener el suficiente oxigeno.

A medida que iban pasando los meses, las discusiones entre los pasajeros de la nave se incrementaban, tanto en frecuencia como en intensidad. A falta de varias semanas para acabar el plazo inicial, tuvieron que mandar un nuevo mensaje al complejo terrestre. En este comunicado el piloto Nathan informaba que la situación en el transbordador se había hecho insostenible, aparte de las continuas discusiones y enfrentamientos entre los tripulantes, había que añadirle el escaso alimento que les quedaba en las arcas, así que pedía que se les diera permiso para volver a casa antes de tiempo.

Varios minutos después les llegó la respuesta afirmativa: se les había concedido el permiso para volver a la Tierra. La misión había resultado ser un éxito, pero un éxito a medias, ya que no habían conseguido recuperar una gran cantidad de ozono, pero tras los estudios del profesor Abel, se había conseguido mantener un cierto nivel que no era peligroso para la población.

El regreso fue tranquilo y sin mayores dificultades ya que, de inclinar el transbordador al ángulo correcto para poder atravesar la atmosfera terrestre, se encargaba el ordenador, que había sido programado antes del despegue. Una vez fueron recogidos y transportados al lugar de inicio, se realizó un funeral en memoria de Sergei, y todo recuerdo de esta misión tan solo quedaría en el recuerdo de los protagonistas de esta odisea, ya que todo el proyecto se mantuvo en el más absoluto secreto para la sociedad, con el fin de no causar el pánico sobre ella y evitar las consecuencias que este pánico generaría entre la gente.

Una vez más la labor silenciosa de un grupo de científicos había evitado una catástrofe de dimensiones incalculables, y nosotros, los verdaderos protagonistas de esta gesta, nunca veríamos el momento en que el mundo agradecería nuestro esfuerzo y sacrificio.

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